viernes, 28 de enero de 2011

El camino de Damasco de Gabriel Avilés


Gabriel Avilés, Al trasluz del espejo, México, 2010, Editorial Guía, 54 pp.

No es fácil aproximarse a un libro como Al trasluz del espejo, de Gabriel Avilés (Yucatán, 1974). El autor, con por lo menos menos media docena de libros de poesía publicados, parece reconocer explícitamente en el volumen que recién ha vivido su espiritual "camino de Damasco" y que nada, desde su constitución votivo-intelectiva, volverá a ser lo mismo para un espíritu como él, poseído por los demonios de la lengua y las deidades de la imaginación. No es fácil acercarse a unos textos como los que el libro de Avilés contiene porque, si bien buena parte de los poemas incluidos en el libro acaban por ser poemas en pleno, es un hecho que lo consiguen siguiendo al mismo tiempo una radicalización del discurso poético, enraizado -qué duda cabe- en una postura religiosa-moral respetable, pero por demás discutible.

En otro sentido, Al trasluz del espejo es un pequeño libro que debe mucho, tal vez sin saberlo, a esa vena mística y religiosa que recorre un trecho fascinante de la poesía hispánica y cuyos más altos exponentes son, sin duda alguna, eminentísimos poetas místicos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. El tema central de Avilés en este volumen se corresponde, por sus intenciones, con esa veta de la poética ascética y antisecularizante que ve en la pérdida de los valores cristianos el origen de los males de nuestro tiempo, así como la fuente inocultable de tanta soledad no redimida. Siendo cristiano, asumiéndose como tal y proclamándolo en versos que no tienen ningún empacho en atestiguar caídas y ascensiones, Gabriel Avilés traza en Al trasluz del espejo los derroteros de un alma dispuesta a revelar fisuras, abismos con los que sólo el arrepentimiento permite congraciarse. Así se entiende en la primera parte del poemario -la de la caída y el silencio en medio de la noche de Dios- la queja del poeta:


Al trasluz del espejo respiro fetidez,
consumo mi hombría, el mutismo me dispara a quemarropa
...
Entre sombras veo las grietas de mis labios
en completa sequedad no pronuncian rezo alguno.


Traspasada la noche del alma, de la que la primera parte del libro da cuenta, una segunda estancia ofrece los primeros indicios de la luz. El poeta no vacila en consignar aquí sus filiaciones y, en más de un momento, las señales del credo al que la cegadora llama de la revelación acaba por arrojarlo.


Antes lloraba sobre los musgos de una piedra
literalmente visceral y desolada. En sus resquicios
vertía favilas y enajenación.
...
La compasión se refugia entre mis labios y en esta madrugada
te reitero en las rendijas del universo
mientras me sumerjo en oración.


Es claro, en la tercera y última parte del libro, que los poemas hablan allí de cierta liberación, de un cierto asomo a las "rendijas" de ese universo sagrado al que el poeta accede desde su desamparo y su dolor. Superadas las ventanas de la duda y el extravío, el poeta es un converso que predica con versos raudos, plagados tantas veces de imágenes sombrías. Sólo así puede entenderse el poema final,  escrito seguramente con la furia del que busca una luminosidad que lo traspase por entero.


Gabriel, viajaste por el océano de los instintos, pero,
volviste a mi lado, y como todo Padre
te cuido las heridas alcanzadas por precipicios,
ahora duermes y veo en tu rostro mi luz, sé,
el desencanto del mundo...


¿Sirve la poesía para expresar la redención que desde un credo se vislumbra? En Al trasluz del espejo Gabriel Avilés grita a los cuatro vientos que la poesía no sólo redime; también es un instrumento "misionero" que debe compartirse, celebrarse con aquellos que, ajenos a los banquetes de la contemplación, despotrican desde un mundo indiferente y secularizado. Allí el riesgo de un libro con evidentes altibajos, pero valiente desde su concepción decididamente cristiana. Allí el arrojo de Gabriel Avilés, que cree que la poesía también es una puerta para aquellos que buscan indicios tras los tercos cerrojos del espíritu.

jueves, 20 de enero de 2011

Diario peligroso. Día 14.




Ayer en la oficina, las reverberaciones  por el reciente despido del Jefe de Recursos Humanos. "Cómo, así tan así, sin que la cosa se anunciara", "¿pero qué habrá hecho Ricardo para ser despedido y no tener ni el tiempo de despedirse?" Conjeturas, vacilaciones, angustia. Los más, sin embargo, conocemos que aquí no hay que admirarse. Un empleo es un empleo y alguien más, entre el inmenso mar de desocupados que deambulan allá afuera, puede desempeñarlo hasta que su ineficiencia lo delate. Lo siento por el buen Ricardo, muy buen tipo después de todo, pero no hay nada en estos casos que pueda hacerse. Ojalá que encuentre pronto la manera de ocuparse y de llevar el sustento a su pequeña familia. Mi amigo, el poeta Teodosio García Ruiz, me confía para su revisión Llueve sobre mi taza de café, su más reciente poemario. Inspirado en un verso de Salvo el crepúsculo, el libro, claro está, no tiene nada de cortazariano. El texto, es más bien, una larga perorata en clave "Teodosiana", así que ya puedo irme imaginando que la escritura libre y ese derramar de la conciencia por el que su última obra se decanta me habrán de deparar hallazgos, acaso, indescifrables. Por lo pronto, un inicio como éste: "Tiene cara de caballo la poesía pura..." me lleva a preguntar si no estaré ante un texto que lo que menos busca es ser simple poesía, poesía a secas como la que el querido maestro cunduacanense ha venido escribiendo durante lustros en esta nuestra, por momentos, aldea kafkiana.

domingo, 16 de enero de 2011

Un poema

El regreso
El regreso


Regresar:
                  –¿A dónde?
Si lo que necesito está en el vertedero de alegrías oculto en un café
que no acaba de adoptar su amargura funeraria.
En el portazo que sucede al 
“¡y no vuelvas jamás mientras te quede una brizna de vergüenza en los zapatos!”
y en el eufórico resoplar de unas palabras,
apenas pronunciadas porque algo hay que decir antes del ventarrón de la melancolía.
                                   ¿Regresar?
Si donde la llovizna marca un rumbo la ventisca consigue borronear los restos
de las formas de ganarse la vida y el pellejo,
si el tiempo del regreso a lo que alguna vez fueron los días se termina,
como igual se terminan los pequeños espacios que el amor ha dispuesto en el abismo.
¿Regresar a donde el derrumbarse se presiente de modo semejante a ese temblor
que nada dice, si acaso, que el silencio cobra alas para hablar de su vuelo
como hablan de los aires las aves primerizas?
No regresar jamás es la consigna.
Y quemar esas naves que esperan atracadas a las playas silentes de la luz
como rémoras prendidas a una barca.
                                                                              Quedarse aquí,
en el sitio que evoca un paraíso de hojas temblorosas,
de vírgenes que paren el engendro de voces impostoras.
Observar que la noche se distiende en el manto de añil de su agonía.
Silenciarse,
perseguir el instante que se pierde en el instante mismo de su voz bienhechora,
                            y de su muerte.

lunes, 10 de enero de 2011

Diario peligroso. Día 13.



Visita a mi amigo G. Le llevo conmigo un ejemplar de Todo está escrito en otra parte, mi libro de poemas recién aparecido, y él me lo agradece con el gesto de quien ha recibido un gran regalo. G. hojea mi libro como aquel catador que tiene frente a sí el sabor de un vino extraño. Me mira con la mirada del que todo ha comprendido y entonces se muestra generoso. Yo sé que el libro, sin ser malo, no es del todo bueno. Su lenguaje, su obsesivo rebuscar en las palabras, su ritmo parco son apenas contrapuntos de un abismo surcado de pesadumbres. Con todo, G. me invita a perdonarme. "¡Óooooorale!", exclama cuanto tiene el ejemplar entre sus manos. Su rostro me transmite un entusiasmo verdadero, así que yo transijo por momentos ante mi pequeñez, que talvez no tenga ningún remedio, ante las pifias de los editores, ante ese rostro grave, a medio camino entre el candor y la solemnidad, que aparece como imagen de un poeta desconocido, y ante mi propio ruido. Cuando sale a despedirme, mi amigo me desea bendiciones. Promete reseñar aquel engendro y yo le digo entonces que se lo agradezco. Nada, le insisto, me parecerá más justo que poner en su lugar a lo que, quizás, haya nacido para no encontrar un sitio en alguna parte.

miércoles, 5 de enero de 2011

Diario peligroso. Día 12.



Cinco días ya del año nuevo que ha llegado entre fiestas, previsibles expresiones de buena voluntad y alborozos. Es muy fácil pensar que la vida puede reinventarse con un simple cambio de fechas, con un solo "comienza a partir de ahora la parte que me falta de futuro", pero un enorme trecho separa a la realidad de las quimeras, a las ilusiones enquistadas de los cotidianos sinsabores. Y el festejo. Y el estruendo. El no saber del túnel que al final asoma su estrechísima luz de cara, talvez, a un precipicio. ¿A qué damos la bienvenida con cada año que empieza? ¿A qué secreta condición le hacemos un guiño? Por las calles, los residuos de una alegría que explotó y se evaporó con las primeras horas de esta segunda década recién nacida, con la vuelta al viejo mundo y a los viejos hábitos, a las mismas caras y a los mismos caminos. En la ciudad semidesierta, otra vez su fiero impulso de hembra paridora, de domesticadora de destinos y de apacentadora de furibundas noches con estrellas, llenas de alcohol y de sonrisas acaso fabricadas en demasía. "Feliz año nuevo", le digo todo el mundo, pero una gran pared me separa del vecino, a quien no he visto desde hace siglos. Brindo por la felicidad de quienes brindan conmigo, pero cierro la puerta a aquel que no conozco, al que puede podrirse allí donde mi mirada, sencillamente, lo oculta. Con todo, el año que se inicia trae consigo la esperanza. La idea de que es posible rehacer desde el silencio las ventanas que nuestra soledad tapió con desvergüenza.

lunes, 3 de enero de 2011

Nada es tumulto: un guiño a la historia y al mito


Ramón Bolívar, Nada es tumulto (O cartas de navegación desde las tierras bajas), México, Stammpa Editores, 2010, 69 pp.

Suma obsesiva de palabras, árbol de imágenes alucinantes, capitulaciones, reincidencias. Nada es tumulto, el nuevo poemario de Ramón Bolívar, bien podría merecer un rosario de epítetos, pero lo que más se precisa a la hora de aproximársele es la exactitud -o lo que más se le parezca. Podríamos empezar por lo que, desde una primera intención, el libro no se ha propuesto ser. No es, de entrada, un libro convencional. No se trata, tampoco, de una obra mayor -aunque tampoco parezca que el autor haya querido escribir una obra mayor. Con su ritmo a ratos atropellado, en no pocos momentos convenientemente construido, Nada es tumulto es más bien -a su modo- un tributo textual a la memoria. El poeta reafirma en este libro que la memoria es un tesoro que debe honrarse en medio de los ires y venires de las modas literarias y que, transcurridas las refriegas pasajeras, las obsesiones son la mejor garantía de una voz que permanece.


Ramón Bolívar delínea, así, en largos, arriesgados versos -por lo próximos a la enunciación farragosa y destemplada de no pocos poemas extensos- un territorio que él conoce y del que da cuenta con el uso de referencias entresacadas de lecturas y meditaciones. El poeta nos lleva, a sus lectores, a dar un paseo "trans-histórico" por los humedales de Tabasco. Para ello, la geografía imaginaria que el autor se construye bien parece corresponderse con ciertos lugares, con señas de identidad que, por momentos, otorgan al poemario un carácter engañosamente provinciano. El poeta no se preocupa mucho por aclarararlo, pero pronto nos interna en el bullicio del mercado Pino Suárez (Mercado de Villahermosa. Tierra de todos y sitio de nadie/Donde el que no cae resbala en el portentoso asidero de la vida./A donde una vez el hombre del archipiélago de las islas/en una oscura y tambaleante embarcación,/como a horcajadas, arriba por la frontera del ceremonial ceibo.); nos conduce al griterío presente en una ya espectral vendimia a orillas del Grijalva (Aquí la más extensa gama de variados productos:/aves y semillas, frutos y carnes, plantas y alimentos./Desde antes del amanecer los nativos mezclados/con otros hombres -de las riberas, del pantano y de la selva-,/en filas como arrieras brotan y se diseminan por el bordo.) o, de la mano, nos muestra el sitio exacto en que se erige un entrañable momumento a los días ya perdidos (Anteayer deambulando por el Centro Histórico/-Loma de La Encarnación llamaban-./Diviso la casona que por lustros funcionó como cantina/para parroquianos y trasnochadores. Mi pensamiento evoca la colina escarpada./El viejo macuilís inserto desde la barda rota...).


Lleno de guiños, de evocaciones y citas que no buscan sino ahondar en una Villahermosa a estas alturas inexistente, en un Tabasco profundo plagado de personajes, de sitios y de historia, Nada es tumulto se debe en parte, en palabras de su autor, a la poesía simbolista de Derek Walcott, a la recreación de los mitos que -para el caso de la cultura caribeña- el autor de El reino del caimito ha elaborado con audacia, aunque es evidente que, tratándose de los humedales del trópico, es la actitud, es la exploración de ese constante drama entre historia y devenir, lo que Ramón Bolívar adopta del poeta antillano cuando arriesga unos poemas que cuestionan el sentido unívoco de los acontecimientos. De allí, por otro lado, la voz que, como un Virgilio inquebrantable, recorre una geografía personal afincada en las tierras bajas. De allí su desdoblamiento en lugares, en voces y en personajes próximos a su experiencia literaria, pero también a su hálito vital, preñado siempre de sensaciones y recuerdos.


Nada es tumulto reincide, pues, en el viejo gusto de Ramón Bolívar por una poesía que atestigüe la memoria, aunque al mismo tiempo capitula ante la masa avasallante de hechos e infortunios en los que se encuentra contenido el amado trópico. Hacia el final del libro, en una suerte de suma de sus "pasos por los humedales de Tabasco", el poeta da cuenta, a su pesar, de los estragos de la historia indetenible en las inmediaciones de su tierra, lo cual no es sino otro modo de nombrar al paso de la modernidad por los linderos del mundo.


                                                 Bien lo sé, todo es historia.
                                                    La máscara que antepone el vulnerable secreto de la hostilidad.
                                                  La lucha encarnizada entre las etnias. El salario tope.
                                                  El trastocado tránsito hacia la democracia.
                                                  Los damnificados del miedo. La guerra del petróleo.
                                                  Los cómics. La crisis financiera. La pandemia.
                                                  El derrumbe de las ideologías. El estrés.
                                                  El fundamentalismo de las iglesias. ¿Aquí yo?..



En medio del tumulto de los tiempos, la poesía como anunciación y como resistencia. De cara a una posmodernidad inacabada, la memoria. Desde esa perspectiva, Ramón Bolívar traza con este nuevo libro la estampa de un presente que será siempre una apuesta: la de reinventar irónicamente el desolado paisaje de la historia para buscar en ella las respuestas que el futuro habrá de formular desde su desmesura. En ello, y no en otra cosa, radica el acierto de un poemario que se atrave a ver la luz entre tanto desconcierto y tanta nadería.