sábado, 27 de noviembre de 2010

Diario peligroso. Día 8.



En una clínica del Seguro Social, por la tarde. Padecerlo, aguantarlo, resistirlo. Soy uno más de entre una larga lista de espera que parece, por momentos, no decrecer y sí, en cambio, incrementarse. El estudio radiológico al que habré de someterme no es nada del otro mundo, pero aquí las cosas adquieren la apariencia de males mayores. Una mujer malencarada y de malos modales es la que se encarga de atenderme. Me es imposible no demostrarle mi disgusto y ella me corresponde con un trato gélido, cortante. Después de casi tres horas de aguantar la espera, otra mujer me llama por mi nombre para entregarme los resultados. Le agradezco y me despido con la mayor carga de cordialidad que me es posible. Ya fuera de la clínica, dentro de mí, un diablo dice pestes del infierno del que, por fin, ha conseguido escabullirse.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Diario peligroso. Día 7.



Día esplendoroso. Hay un suave equilibrio entre el calor de las tardes veraniegas y el fresco de los primeros días de invierno, tal y como éste se vive en el trópico. La mañana invita a abrir las puertas de par en par y salir a las calles, al refugio de las horas que transcurren mientras un suave vendaval crepita al estrellarse contra los rostros. Con la armonía del domingo, la calma de los moradores. El descanso que sucede a la semana laboral y la breve libertad -¿ilusoria?- de tanto súbdito de los nuevos tiempos. Apenas ayer, la calle principal del lugar donde vivo se llenó de pequeños. Uniformados para la ocasión, los niños practicaban sus  rutinas aprendidas y, a los ojos de sus maestros, se aprestaban para el desfile deportivo con motivo del primer centenario de la Revolución. Me pregunto si los niños guardarán idea del significado de lo que, tal vez sin sospecharlo, conmemoraban. Me pregunto lo mismo de la gente como yo. En los diarios y en la televisión, imágenes de magnas celebraciones a lo largo del país entero. El presidente asiste a esto y lo otro, engalana esto o aquello y el festejo cierra, así, con un año plagado de patrioterismo. Mucha tinta derramada a propósito de gritar a los cuatro vientos el orgullo de ser lo que somos, tanto dinero repartido. Antes de mediodía, asisto a la primera junta de vecinos organizada después de mucho tiempo. Me alegro: ese es talvez el mejor de los indicios de que, por fin, la revolución ha comenzado en efecto a revolucionarnos.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Diario peligroso. Día 6.



Hace casi una semana fue mi cumpleaños. La fecha me sorprendió en medio de una abulia inesperada, atrapado en un fastidio que no sé por momentos definir. De mi parte, atareado con las ocupaciones de la vida cotidiana, en las mil y un rutinas del trabajo, tuve en los días previos la impresión de no tener el ánimo suficiente para el festejo. El día en que llegué, por fin, a la edad que ahora tengo, recibí muestras de afecto que me devolvieron la confianza. Gestos que consiguen sostener a la intrincada relojería que con el tiempo me he construido para seguir vivo. En una pequeña, aunque emotiva, comida familiar, organizada por mi mujer y mi madre, seguida por una intermitente sobremesa, consistió toda la celebración. Con ello me basta y me doy por bien servido. Mirándolas a las dos, entusiasmadas y sonrientes por un aniversario más del hombre que, a sus ojos, tantas cosas merece, me pregunto si en verdad todo ello merezco. Yo, que olvido con frecuencia hasta el nombre de la risa y del olvido.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Poesía de la edad de oro: Yo también hablo de mí

Margarito Palacios Maldonado, Yo también hablo de mí, México, Publidisa, 2010, 90 pp.



"Poética de juventud". Así se refiere Margarito Palacios Maldonado a la poesía contenida en Yo también hablo de mí (Publidisa, 2010), libro que sorprende debido a la inesperada predilección de su autor por una escritura que remite a una suerte de "edad de oro" en su trayectoria literaria. Escrito entre 1974 y 1980, cuando el joven Palacios contaba aún la segunda década de su vida, el título da cuenta de una producción escritural instalada en un tiempo concreto, el tiempo en que un poeta en ciernes irrumpía en el mundo para atestiguarlo y para domeñarlo desde las palabras. La mirada de Margarito Palacios (Huetamo, Michoacán, 1957) corresponde, pues, en el volumen a la mirada del joven que se reconoce en aquello que acontece; también en lo que bulle en su interior y acaba por dar forma a la expresión eminentemente lírica de casi todos sus textos.

No hace falta, por otro lado, adentrarse demasiado en Yo también...para coincidir en que, en efecto, hay allí una materia que no puede tener otra fuente que los devaneos de la añorada juventud. Como Lope de Vega, que a los dieciocho años dio a conocer su celebrada Arcadia; como Víctor Hugo, que a los quince ya había ganado varios premios florales por su tragedia Irtamene, o como el precoz Keats, que desde los dieciséis años descubrió su natural predilección por la poesía, Margarito Palacios discurre en este libro con los procedimientos propios de una época soñada y galopante en la que el lenguaje se construye sobre una base vivencial por momentos excesivamente visible. Así ocurre, por ejemplo, en Ciudad de México, primera parte del libro, pero también en los apartados Solo y Quisiera. En cada una de esas estancias el poeta escribe desde su condición de hombre-joven, joven-hombre asomado hacia su realidad inmediata y hacia aquello que sólo puede percibir desde el arrobo de su inexperiencia. En la primera, la ciudad lo encandila hasta el punto de fascinarlo y provocarle la más abismal de las repulsas.

                                  Ciudad, tengo que soportarte
                                                   porque de tus senos me nutro,
                                                   porque de tu espíritu falaz me enriquezco,
                                                   porque en tus sábanas grises me cobijo y,
                                                   además, con tu fealdad me haces sentir hermoso.

Emparentada con esta actitud de búsqueda y descubrimiento, de encuentros que se descartan para dar paso a nuevas aproximaciones al sentido, la llegada del poeta a los terrenos del lenguaje es un acontecimiento que la sección Imágenes sin razón inaugura en el poemario y que también comparten los otros apartados, más referidos a los sucesos que el poeta experimenta.

                                    Aun en su parquedad, el lenguaje crece,
                                                      se agiganta y se constriñe
                                                      como el motor que mantiene el ritmo de mi vida...

Descubiertas las posibilidades verbales del poema, el poeta traza retratos de sí mismo. Ora es el solitario que se sabe distinto merced a la maldición que lo posee (Estoy solo. Aquí nadie me busca,/nadie me llama, nadie sabe de mí/ ni entiende mi lenguaje...), ora el amante que clama con una lengua ordinaria por el amor que se ha ido (Toqué tu piel/ de pétalos de rosa/y aspiré el balsámico aroma/de tu condición de mujer./¿Y que quedó?/¡Nada, nada!...). Hacia el final, el libro da cuenta de la aspiración de una poesía por asimilarse a la tierra, la dadora de vida, la fecundadora por excelencia. Por ello a la tierra se le confiere corporeidad; ella como elemento al que el poeta se asemeja en su vuelta a los orígenes; ella, la Tierra Caliente a la que el joven que habla en los poemas extiende sus brazos de hijo ausente (Mi cuerpo es un pequeño valle de Tierra Caliente./Mi temperamento lo forjó el sol cegador/ en el yunque del cultivo del maíz/ verde y exuberante,/y el ajonjolí frondoso y agobiante...).

Con evidentes muestras de una poesía que, aun y con los inevitables giros y lugares comunes de los poemas primeros, señala un derrotero para una obra sin continuidad aparente (dada su tardía aparición), Yo también hablo de  mí no deja de ser un libro peculiar dentro del contexto de la poesía "juvenil" publicada desde hace algún tiempo en Tabasco. Lo es porque, a diferencia de buena parte de la produccción poética vigente, el libro mantiene un discurso que oscila entre la perspectiva romántica del alma joven y la identificación de lo bello, de la materia poetizable, con una naturaleza exaltada, vitalmente presente a través de sus páginas. En ese sentido, la de Margarito Palacios, bien pudiera ser una voz que, oculta, ha dejado durante años de nutrir el magma latente de la poesía mexicana contemporánea; una pluma que, con menos pudor y timidez, mucho habría de aportar a la siempre necesaria polifonía de voces de la, por momentos, monocorde poesía tabasqueña.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Diario peligroso. Día 5



Anteayer fue día de muertos. El país entero se volcó en un rito proveniente de tiempos antiquísimos, cuando la muerte y la vida eran dos formas distintas de hablar de lo mismo, cuando la primera prolongaba a la segunda con la naturalidad de un atardecer que sucediera al día. Acompaño a mis padres al panteón. En medio del gozo de los vivos, el silencio de los sepulcros. Los hay de todas formas y diseños. Cada uno manifestando a su modo la vida pasada de quienes allí reposan; cada uno hablando silenciosamente de los vivos que acuden o se alejan del recuerdo depositado en una tumba. Junto a mis padres, rezo. Mi madre entona cánticos que mi padre secunda. "Mira, allí está el viejo", dice luego mi madre cuando me señala una fotografía de mi abuelo Salvador, colocada sobre su lápida. Mi padre, por su parte, me muestra inesperadamente la capilla que ha mandado a construir sobre la bóveda que adquirió años atrás en previsión de lo que, en palabras suyas, debe siempre preverse. Apenas si acierto a responderle. Me limito a observar las formas rectangulares del techo cónico de la capilla y aprecio, en cuanto puedo, su superficie cubierta de azulejos. Cuando nos retiramos, me parece encontrar en las esquelas de los sepulcros a mi paso el registro completo de medio pueblo. Allí, bajo tierra, la constancia absoluta de nuestra indoblegable pequeñez.